El espesor de las transparencias
Hace un tiempo una pequeña amiga, Angelina, me contó
un sueño: flotaba sobre el mundo viendo, a través de su tercer ojo, todas las
cosas que existen. En la onírica versión de su mirada, sobre su frente como
flor de loto, cristal, una pupila se encendió. Permanecí encantada escuchando
su relato, tratando de ver una imagen de otra realidad; calles, lagos, jardines
amontonados y enredados en un horizonte sin perspectiva.
Ahora, que veo estos dibujos de Juan Martín Juares, pienso
en lo desconocido, no como una rara especie en extinción sino como reducto, que
aún fosforece en la arqueología de mi corazón.
Presiento que nuestra mirada primitiva ha construido
rutas, en el espacio y en el tiempo, donde sobreviven islas iluminadas y el antiguo
conocimiento de las cosas invisibles, se resguarda.
Las visiones de los hombres transparentes y los
rostros poblados, de los árboles, las serpientes y las casas, que se han
apoderado de Juáres, vienen viajando desde otra parte. El artista se ha dejado
poseer en un rapto de poesía poderosa, de tormenta, de espinas. Las pinturas,
los dibujos, son ahora vestigios de lo inolvidable. Allí, la conciencia, tras
el terremoto que la razón nos produce, ordenó las cosas bajo el influjo del
caos más hermoso.
Hay muchos puntos de vista, señales, rastros o indicaciones
que leemos como constelaciones perdidas a la orilla de algún portal. Quizás sea
la nostalgia por aquellos sueños infantiles o la ausencia que potencia la
muerte, ese animal imbatible durmiendo en la sangre caliente. Lo que ha detenido
para siempre mi ojo perdido, el ojo invisible, en los rincones abandonados de
este mundo, donde un lobo siempre espía.
Mariana Robles
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